Puede que en alguna ocasión hayas escuchado hablar del llamado “sabor a nevera” y no, no es una simple sensación subjetiva ni una manía de paladar. De hecho, puede que lo hayas llegado a experimentar en tu propia casa y tiene una explicación científica.
En el frigorífico suele haber de todo, ¿verdad? Aunque ya hemos visto que es buena idea ordenar los alimentos por tipo para evitar que se mezclen los olores y sabores, a veces no es tan fácil (o simplemente no seguimos las recomendaciones). Y claro, eso puede acabar dando lugar a esos sabores un poco raros.
Tiene una base científica
Ese gusto extraño que percibimos en algunos alimentos no es algo inventado. Es el sabor que adquieren tras pasar demasiado tiempo en el frigorífico y se debe a una combinación de factores químicos y físicos que afectan a su aroma y sabor originales.
Según diversos estudios (este de Science Direct es un buen ejemplo) sobre conservación de alimentos, este fenómeno está relacionado con la transferencia de olores y compuestos volátiles dentro del frigorífico.
Los alimentos, sobre todo aquellos que contienen grasa o agua, pueden absorber fácilmente los olores del entorno, especialmente cuando no están correctamente envueltos o almacenados en recipientes herméticos. Así, un trozo de queso o de pollo cocido puede acabar sabiendo a todo menos a lo que debería, simplemente por haber estado junto a otros productos con aromas más intensos.
A esta explicación se suma otro factor menos conocido: los gases refrigerantes que utiliza el sistema de enfriamiento del electrodoméstico. En un artículo en La Razón señala que sustancias como los hidrofluorocarbonos, pentafluoroetanos o clorofluorocarbonos, presentes en los circuitos de refrigeración, pueden influir indirectamente en el olor del ambiente interior. Si el frigorífico presenta alguna fuga mínima o deficiencia en el aislamiento, estos compuestos podrían mezclarse con el aire del compartimento, impregnando lentamente los alimentos, sobre todo los más sensibles.
Además, la baja temperatura y la falta de ventilación adecuada pueden alterar la estructura química de algunos alimentos con el paso de los días, haciendo que pierdan su aroma natural y desarrollen ese regusto metálico o rancio tan característico del “sabor a nevera”. No se trata necesariamente de un problema de seguridad alimentaria, sino de una degradación organoléptica provocada por el tiempo, la humedad y la exposición a olores externos.
Cómo evitar la contaminación en la nevera
Hay estudios que muestran cómo debemos actuar. Por ejemplo, en Pub Med Central ponen el acento en la temperatura y almacenamiento para evitar contaminación. Por ejemplo aconsejan almacenar los alimentos crudos, especialmente carnes, aves, pescados, en envases estancos y en el estante más bajo para evitar que sus jugos caigan sobre otros alimentos listos para comer
Desde la USS Food & Drugs recomiendan no sobrecargar la nevera: permitir buena circulación del aire frío, algo que además, ya hemos visto, contribuye a minimizar el gasto energético.
Además de guardar los alimentos siempre bien cerrados o en envases herméticos, no mantenerlos más tiempo del necesario y revisar que el frigorífico funcione correctamente, los expertos aconsejan mantener la temperatura entre 3 y 5 °C y limpiar las juntas y serpentines con frecuencia.
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