Llega el verano y, como usuario que además trabaja desde casa, esta se convierte en una de las épocas más complicadas del año. La combinación entre las obligaciones laborales y la ausencia de aire acondicionado no facilita las cosas.
Es cierto que el año pasado instalé un ventilador de techo que alivia en parte la situación, pero no es suficiente. Tener en una habitación relativamente pequeña un distintos dispositivos funcionando al mismo tiempo no ayuda. Por eso, me propuse comprobar cómo afecta todo este conjunto al aumento de temperatura en la estancia que uso como oficina, y que en pocas horas se convierte en una auténtica estufa.
No es una habitación: es una estufa

En una habitación pequeña que utilizo como oficina o despacho, tengo varios dispositivos, muchos de ellos encendidos mientras trabajo. Además del siempre encendido router, están el ordenador de sobremesa, un televisor colgado en la pared, un Apple TV y dos altavoces HomePod mini.
A todos los dispositivos conectados (que sí están encendidos habitualmente) habría que sumar dos altavoces HomePod, que en verano mantengo desconectados salvo cuando los uso, ya que tienden a sobrecalentarse bastante incluso en modo reposo. También tengo una PlayStation 5, aunque permanece desenchufada porque, sinceramente, no me da la vida para usarla. Estos dispositivos los excluyo del cálculo, ya que no generan calor mientras están apagados.
La prueba no fue complicada: simplemente utilicé el termómetro conectado que tengo colocado en la habitación para comprobar cómo sube la temperatura después de varias horas (poco más de dos horas) de uso intensivo de los dispositivos electrónicos.

Primero medí la temperatura justo antes de comenzar a trabajar. Estaba utilizando un portátil en el salón para no alterar en exceso el entorno térmico. Además, para evitar posibles desviaciones en los resultados, realicé la prueba en una habitación donde no incide directamente el sol, por lo que no se ve tan afectada por el calor como otras zonas de la casa.
Al inicio del experimento, la temperatura registrada en el termómetro interior era de 27 °C, mientras que en el exterior se alcanzaban los 33 °C. La humedad relativa era del 41 % en el interior y del 27 % en el exterior. Con estas condiciones, comencé a trabajar con el ventilador apagado.

Pasadas dos horas, y tras haber bebido bastante agua, volví a comprobar la temperatura, esta vez con el ordenador de sobremesa encendido, el router en funcionamiento y la televisión puesta para seguir las noticias. El resultado fue evidente: el calor acumulado había aumentado de forma considerable. Si en la primera medición el termómetro marcaba 27 °C, en esta segunda lectura la temperatura había subido hasta los 30 °C.
Es cierto que la temperatura exterior también había aumentado, pero como comentaba anteriormente, al tratarse de una habitación que no está especialmente expuesta al sol, el incremento fue muy leve: menos de 1 °C, pasando de 33 °C a 33,9 °C.
Es cierto que el termómetro no especifica si, al comenzar a trabajar, la temperatura estaba más cerca de los 27 °C justos o de 28ºC, ni si en la segunda medición se aproximaba más a los 31 °C. Sin embargo, por mi experiencia en días similares, no es raro que la diferencia supere los 2,5 °C sin dificultad.
Además, hay que tener en cuenta que la presencia del propio cuerpo humano también contribuye a subir algunos grados la temperatura del ambiente, un factor más que, aunque pequeño, suma en un espacio cerrado.
Trabajar a unos 29-30ºC °C con la ventana cerrada no es precisamente cómodo, especialmente cuando en el exterior (en otras zonas de la casa) se rozan los 38 °C —y hasta 43 °C si hablamos de la temperatura al sol, como ocurre en el salón. Ni siquiera contar con una silla ergonómica y transpirable o un ventilador de techo es suficiente para alcanzar una temperatura verdaderamente confortable.
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