Estos días los toldos han sido noticia, especialmente a raíz de la polémica generada por las declaraciones de un arquitecto que relacionaba el color del toldo con el aumento de temperatura en el interior de las viviendas. En mi caso, los toldos que tenemos en casa son de color verde, en parte porque así lo establecen los estatutos de la comunidad, y también porque, a título personal, siempre me han parecido más agradables y frescos que los modelos en tonos claros.
Ante el debate, decidí hacer una pequeña prueba casera para comprobar de primera mano cómo afecta el uso del toldo a la temperatura interior. Ya que lo utilizo a diario durante el verano, me parecía interesante contrastar su efecto térmico.
Con el termómetro en mano

En mi rutina habitual, suelo bajar el toldo a media mañana (suele ser lo recomendado), sobre las 11:00, justo antes de que el sol comience a incidir directamente sobre la fachada. Lo extiendo completamente con los brazos plegables, de forma que se crea una cámara de aire entre la lona y la fachada, ayudando a bloquear el calor. El toldo permanece bajado hasta que cae la tarde y el sol deja de dar en el balcón, lo que ocurre aproximadamente a las 20:00 horas.
Para realizar la prueba, utilicé un termómetro doméstico conectado y la llevé a cabo durante dos días consecutivos con condiciones meteorológicas casi idénticas: la temperatura exterior apenas variaba un grado. Así pude comparar con precisión el efecto del toldo sobre la temperatura interior, tanto con él bajado como recogido.

Tuve en cuenta que el calor no se nota de inmediato en la habitación. Desde que el sol comienza a dar en la ventana hasta que se alcanza la temperatura máxima suelen pasar varios minutos. Por eso, en ambos casos tomé la temperatura cuando el sol ya llevaba un buen rato incidiendo directamente.
Lo que hice fue realizar una prueba sencilla en dos días consecutivos. El primer día, dejé el toldo recogido y esperé a que el sol comenzara a incidir directamente sobre la fachada, sin que la lona actuara como barrera. De este modo, los rayos solares impactaron de lleno en la ventana y en el cristal, lo que favorece el calentamiento de la habitación.

Con esa premisa, esperé unas horas para que los muros —y, en consecuencia, la habitación— acumularan calor y aumentaran su temperatura. Fue entonces cuando medí los grados en el interior y anoté el resultado. Casi 32º grados.
Además, debo admitir que, tras realizar la medición, pasaron apenas unos minutos antes de encender el aire acondicionado. De lo contrario, resultaba imposible dormir en esa habitación.

Al día siguiente repetí el experimento, pero esta vez siguiendo mi rutina habitual: bajé el toldo sobre las 11:00 de la mañana, justo antes de que el sol empezara a golpear la fachada, y lo mantuve así hasta el atardecer. Durante ese intervalo, coloqué el termómetro en el mismo lugar y realicé la medición a la misma hora que el día anterior. El resultado, 29º grados, fue claro: la diferencia de temperatura era notable.

De este modo, tengo claro que instalar un toldo —aunque en mi caso sea de color verde— ha sido una solución efectiva para combatir las altas temperaturas que suelo sufrir en la habitación principal durante el verano. Pese a las dudas que existen sobre la eficacia de ciertos colores, lo cierto es que la diferencia térmica ha sido notable y ha mejorado considerablemente el confort en esa estancia en los días más calurosos.
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