Es uno de los errores que cometí cuando reformé mi casa y cambié la cocina. Un error que, visto con perspectiva, pude corregir tirando de una función que tenía mi nevera, pero que, de no ser así, podría haberme provocado más de un quebradero de cabeza: al abrir la puerta del frigorífico, me impedía el paso.
Si al abrir la puerta de la nevera esta choca con un mueble, con cualquier otro elemento o simplemente te dificulta moverte por la cocina, que sepas que has cometido el mismo error que yo: no tuve en cuenta una regla tan básica como el triángulo de trabajo.
La importancia del orden
Distribución de espacios en una cocina
Un gesto tan cotidiano como abrir la puerta del frigorífico se convirtió en una pequeña batalla diaria: cada vez que la abría, de izquierda a derecha, se bloqueaba el paso por la cocina. Y todo fue culpa mía (y de quienes diseñaron la cocina).
Aquella torpeza en el diseño me llevó a descubrir una regla básica que muchos profesionales dan por sentada y que puede marcar la diferencia entre una cocina incómoda y una realmente práctica: el triángulo de trabajo.
Esta norma clásica explica cómo deben colocarse la nevera, el fregadero y la zona de cocción para que todo fluya, sin golpes, sin obstáculos y sin recorridos absurdos. Y créeme: después de mi reforma, entendí por qué es tan importante.
El triángulo de trabajo de la cocina es una regla clásica del diseño, de la que ya hemos hablado, que marca la distancia óptima entre los tres puntos clave: nevera, fregadero y placa de cocción. La idea es que formen un triángulo imaginario que facilite los movimientos, evite obstáculos y haga la cocina más fluida y cómoda. Si cualquiera de estos elementos queda mal colocado, cada gesto diario —cortar, lavar, cocinar o abrir la nevera— se vuelve torpe e incómodo.
Y aquí es donde entra mi experiencia personal: una mala reforma en la cocina me enseñó esta regla por las malas. Al abrir la nevera, ya no podía pasar, y eso por no hablar de los malabares que tenía que hacer cada vez que quería sacar algo. Era frustrante, sobre todo porque era un error que podría haberse evitado con una buena planificación.
Cuando conocí la lógica del triángulo de trabajo entendí lo que había fallado: el espacio para abrir la puerta no se calculó bien. En mi caso, no era cuestión de cambiar la distribución porque, debido a la instalación de tuberías y otros elementos, el cambio me obligaba a hacer una reforma. El fregadero estaba fuera de ese triángulo imaginario y, al abrir la nevera, el tránsito entre zonas no era fluido.
Por suerte, pude corregir en parte el problema con la nevera. Lo que hice fue seguir los consejos para cambiar la ubicación de las bisagras de la puerta (tanto de la nevera como del congelador), con la precaución de desenchufarla antes. De esta forma, aunque sigue obstaculizando un poco el paso, al menos me permite coger fácilmente los alimentos para llevarlos a los fogones o al fregadero sin tener que cerrar la puerta.
Este fallo de diseño me enseñó que no basta con que la cocina quede bonita: debe ser funcional. Y respetar el triángngulo de trabajo —junto con comprobar que la nevera se abre sin chocarse con nada— es una de las claves para lograrlo.
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