Manuel Naranjo
EditorHay electrodomésticos de los que solo te acuerdas cuando fallan, y el frigorífico es el mejor ejemplo. Funciona todo el año en segundo plano y damos por hecho que siempre cumple su papel.
Hasta que un pequeño error empieza a estropear alimentos. Sin avisos, sin darnos cuenta. En fechas en las que la nevera va más cargada de lo habitual y la compra es más cara, esos fallos se notan el doble.
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Ojo con la temperatura
Uno de los problemas más comunes es pensar que el frigorífico enfría correctamente solo porque “está frío”. En muchos casos, la temperatura interior no es estable o no está en el rango adecuado.
Un ajuste demasiado alto puede hacer que carnes, pescados o lácteos se estropeen antes de tiempo; uno demasiado bajo puede congelar alimentos frescos y estropear su textura. Lo habitual es no tocar el selector durante años, aunque el uso de la nevera cambie mucho según la época.
Evita llenarlo de más
En momentos puntuales llenamos la nevera hasta arriba y ahí empiezan los problemas. Cuando no hay espacio para que el aire circule, el frío no se reparte de forma uniforme. Algunas zonas enfrían bien y otras se quedan cortas.
El resultado es comida en mal estado aunque el frigorífico “funcione”. No se trata de meter menos comida, sino de organizarla mejor y no tapar salidas de aire ni sensores internos.
Abrir la puerta sólo lo necesario
Cuantas más veces se abre la puerta, más trabaja el compresor. En días de comidas familiares o visitas constantes, como ocurre en fechas navideñas, la nevera sufre más de lo habitual. Si además la goma de la puerta no sella bien, el frío se escapa sin que lo notes. Este fallo es muy común y pasa desapercibido hasta que ves que el motor funciona más de la cuenta y los alimentos duran menos.
Evita introducir comida aún caliente
Es un gesto más habitual de lo que podría parecer: guardar sobras aún templadas “para que no se estropeen”. El problema es que al meter comida caliente sube la temperatura interior y obliga al frigorífico a trabajar a máxima potencia durante un buen rato.
Ese pico térmico afecta a todo lo que hay dentro, no solo al plato que acabas de meter. A la larga, este hábito acorta la vida útil de muchos alimentos.
Cajones mal utilizados
Los cajones de frutas y verduras no están ahí por casualidad. Están pensados para mantener un nivel de humedad distinto al del resto del frigorífico. Usarlos como “espacio extra” para cualquier cosa provoca que frutas se pudran antes y verduras se resequen. Es uno de esos fallos silenciosos que no se asocian al frigorífico, pero que acaban tirando comida a la basura.
Las zonas clave, siempre limpias
No hablamos de limpiar la nevera por dentro, sino de zonas que casi nadie revisa. La parte trasera, donde está el condensador, puede acumular polvo durante meses o años. Eso hace que el frigorífico refrigere peor y consuma más. También los desagües interiores, si se obstruyen, generan humedad excesiva y malos olores que afectan a los alimentos.
No des por hecho que si enfría, está bien
El error más habitual es pensar que, mientras enfríe, todo está correcto. Un frigorífico puede estar enfriando de forma irregular, forzada o ineficiente y aun así parecer normal.
El problema aparece cuando empiezas a notar que la comida dura menos, que hay zonas que congelan y otras que no enfrían lo suficiente o que el motor no descansa casi nunca.
La buena noticia es que la mayoría de estos fallos no requieren cambiar de frigorífico ni llamar al técnico. Ajustar bien la temperatura, organizar mejor el interior, dejar enfriar la comida antes de guardarla y revisar gomas y limpieza básica puede marcar una diferencia enorme.
En épocas en las que la nevera trabaja más y la compra pesa más en el bolsillo, estos detalles evitan desperdicio, enfados y la sensación de haber tirado dinero sin motivo.
Al final, el frigorífico no suele fallar de golpe. Da avisos silenciosos. Escucharlos a tiempo es lo que marca la diferencia entre disfrutar la comida en casa o verla acabar en la basura cuando más duele.
Imágenes | Manuel Naranjo, Samsung
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