Mi pareja y yo nos encontramos con la pregunta del millón: cama grande o dos pegadas. Hemos optado por una solución intermedia

Acabo de comprarme un piso y estamos en plena fase de acondicionamiento antes de irnos a vivir allí: hemos aprovechado la coyuntura para quitarle el gotelé que traía de serie, diseñado una cocina a nuestro gusto y por supuesto, nos va a tocar amueblarlo por completo. Una de esas decisiones esenciales es comprar una cama.

Mi pareja y yo tenemos un problema. Cada una tiene sus gustos y manías para dormir: yo soy calurosa y doy más vueltas que una peonza. Ella es friolera y no solo se queda quieta, es que tiene tendencia a acercarse más a mí en busca de calor. Además, yo soy una alondra que abre el ojo antes de las seis de la mañana mientras que a ella se le pegan las sábanas. Elegir cama iba a ser una odisea.

La difícil misión de encontrar la cama ideal para una pareja

Con una king size descartada por ser demasiado grande para la estancia y una de 135 también fuera de la quiniela justo por lo contrario, la opción ganadora es una queen size de 150 centímetros. Eso sí, como buena millennial he propuesto poner un par de camas pegadas de 80 o 90 cm: independencia total y la posibilidad de rodar a visitarla. Fue descartada al momento por la otra parte del equipo.

Mi pareja tenía un as en la manga: los diferentes materiales de los colchones. Así, los muelles ensacados ofrecen independencia de lechos y los que tienen capa de visco se adaptan bien y además amortiguan el movimiento.

Sin embargo, seguía habiendo un problema térmico: el del robo de edredones. Afortunadamente hemos encontrado la solución en el norte de Europa: con edredones separados, algo que de hecho ya hacemos con la almohada en tanto en cuanto yo me duermo sobre una piedra y mi pareja necesita algo más concreto.

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Portada | Foto de Womanizer Toys en Unsplash